viernes, 5 de junio de 2015

Buf, en serio, ¿son realmente necesarias tantas "etiquetas"?

El mundo cada día es más global, cada vez existen más formas de comunicarnos con cualquier persona de cualquier parte del planeta, y esto implica que, antes o después, nos vamos a encontrar con personas y situaciones que desafiarán los límites de nuestro pequeño universo y que, para bien o mal, ampliarán la experiencia y la visión que tenemos de la vida.

Sin embargo, si por algo se caracteriza el ser humano es por su, a menudo agresiva, aversión al cambio. Nos gusta la comodidad que nos ofrece sentir que tenemos el control, que conocemos todo lo que se puede conocer, que estamos preparados para cualquier cosa. Así, cada vez que nos encontramos ante algo o alguien diferente el primer impulso consiste siempre en encajarlo a la fuerza en nuestro molde o en eliminarlo, si no se puede amoldar lo suficiente.




La historia de la humanidad está plagada de hechos terribles cuya motivación deriva en gran parte de esta necesidad de adaptar a los demás a nuestra norma, lo que llamamos "normalización". Guerras religiosas, fagocitación cultural en nombre de algún "heróico" conquistador, esclavitud racista, genocidios étnicos, segregación y exterminio de conductas no heterosexuales... Cualquier conducta, cultura o creación que no cumpliera todos los cánones de la normatividad sociogeográfica en que se encontraba siempre ha sido menospreciada, aislada y, en el peor de los casos, exterminada.

Por suerte, los siglos XX y XXI han sido testigos de esperanzadores avances en materia de derechos humanos, a pesar de que sigamos encontrando multitud de tristes realidades en el globo. La conquista de la igualdad de derechos por parte de razas y etnias oprimidas, la integración de la mujer en el mundo laboral, el acceso libre a la vida pública para cada vez más personas del colectivo GSD...
Estas conquistas, y muchas más, son producto no sólo del trabajo de activistas y defensores de los derechos civiles si no también de una sociedad cada vez más plural y que se abre a la diversidad.

Aun así, todavía existen sectores relativamente minoritarios cuya aceptación e inclusión es parcial o nula, especialmente en lo que respecta a identidades de género y orientaciones sexuales. Debido al desconocimiento, la falta de información y el reducido número de personas que encontramos en estos grupos, la respuesta general ante quienes se identifican con alguna de estas identidades u orientaciones suele ser de mofa, escarnio o incluso de neonormalización.

Términos como transgénero, género fluido, agénero, asexual, pansexual, queer... son a menudo objeto de comentarios peyorativos y burlas absurdas. No faltan, además, quienes hacen la pregunta del millón: ¿Para qué tanta etiqueta? Parece que se quieran discriminar ellos solos. Porque claro, todos sabemos lo divertido que es sentirse discriminado, ¿quién no lo iba a buscar?

Gente creyéndose graciosa vol. 

Podrían parecer, a los ojos de alguien no versado en el poder de la palabra, términos caprichosos, fruto de mentes que buscan destacar, alejándose de la norma, amparándose en tecnicismos inventados. Sin embargo, aunque es cierto que siempre existirán individuos que se apropien de las identidades menos dominantes en su búsqueda de atención, la realidad es que estos nombres (al igual que los de cualquier colectivo) cumplen una función triple:
  • Identifican nuevos esquemas de pensamiento, conducta y sentimiento, distinguiéndolos de los previamente existentes.
  • Aunan a multitud de individuos bajo un mismo término, proporcionando visibilidad tangible al colectivo.
  • Crean entornos seguros de expresión para quienes se identifican como tales, lejos de prejuicios y violencia.
El ser humano fundamenta su concepción de la realidad en la capacidad de clasificar y distinguir todos los subtipos de realidades con que se encuentra día a día, en dar una explicación y un lugar a lo que ocurre en el mundo a su alrededor. Es por esta razón psicolingüística que, desde la antigüedad, todo lo que el ser humano ha encontrado a su paso (animales, plantas, accidentes geográficos, fenómenos naturales...) ha sido identificado en miles de lenguas. Nos tranquiliza sentir que controlamos lo que nos rodea, y darle nombre a algo nos otorga un cierto poder cognitivo sobre ello.

Homer, nombrando de manera generalista a los animales

De esta forma, desde los albores de la civilización, los hombres se han congregado en torno a nombres y conceptos nominales como el apellido familiar, pueblo o ciudad de origen, nación, lengua, raza... porque de esa forma se sentían seguros entre sus iguales, aquellos con los que tenía algo en común. Estas similitudes, aunque arbitrarias a nivel general, proporcionan un sentimiento de confianza y de unión que trasciende las diferencias individuales, haciendo más favorable la supervivencia del grupo.

Además, al pertenecer a un mismo colectivo, estas personas son libres de utilizar sus propias expresiones culturales, como pueden ser expresiones, modismos, referencias... con la confianza de que serán entendidos y recibidos de manera positiva por el grupo, pues forman parte del imaginario colectivo y son compartidas por la mayor parte de sus miembros.

En definitiva, estos términos, mal denominados "etiquetas", no sirven para discriminar o apartar, si no para denominar de manera precisa a un colectivo que comparte ideas, comportamientos, expresiones culturales y/u otros elementos, creando así un sentimiento de pertenencia y unidad entre sus miembros y facilitando su pleno desarrollo como miembros de la sociedad.

1 comentario:

  1. Como ya comenté en otra entrada, lo de las etiquetas es algo que siempre me ha llamado la atención. Soy traductora y sí, necesito saber siempre los términos exactos para todo, por eso las etiquetas son útiles. El ser humano se comunica con palabras, pero... no tenemos palabras para todo, y eso es un hecho.

    Resulta gracioso cuando clasificamos animales y de repente ni los zoólogos o biólogos saben dónde encaja x animal. Bueno, es que tiene rasgos de este, pero luego pasa esto, que es todo lo contrario y blablabla... cajón de sastre. Un cajón de sastre que sirve para meter todo lo que no encaja en nuestro rígido esquema de clasificaciones.

    El lenguaje es imperfecto como también nuestra organización del mundo, hay que ser sinceros. Siempre he pensado que en término de identidad, no la sexual sino de todo tipo, incluso la religiosa, las palabras a veces no llegan a expresar con acierto nada de eso. Suelo compararlo con los colores y sentimientos. Si cogiéramos un prisma y proyectáramos la luz blanca dividida en una pared, seríamos incapaces de marcar exactamente donde termina un color y empieza otro, porque las mezclas son demasiado cercanas y confusas. Así son los sentimientos (siempre tan difíciles de explicar) y así es nuestra identidad.

    Gracias a esas "etiquetas" podemos acercarnos más a lo que una persona siente o con lo que se identifica, pero como todo, creo que tiene matices y no son absolutas. Como todo en nuestro lenguaje, es imperfecto y algunas personas tienen la cabeza demasiado cuadriculada para entender los matices.

    En definitiva, cada persona es un mundo y nunca hay palabras para definirnos a todos. Yo a ti no te puedo definir con una sola palabra, lo juro xD

    P.D: Cuqui, sin embargo, es la que más se acerca.

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