A menudo, por la comodidad de tener un referente al que acudir por defecto, por nuestros hábitos de lenguaje o por otros motivos, utilizamos expresiones que simplifican la realidad. Esto en sí mismo no es ningún problema, la psicología del lenguaje es clara al respecto y sabemos que, en caso de duda o de inseguridad, vamos a acudir a la forma que mejor dominemos o que nos dé la respuesta más predecible. Dicho de otro modo, cuando hablamos de manera generalizada o cuando nos enfrentamos a situaciones que escapan a nuestro control, tendemos a normativizar nuestro lenguaje.
Así, nuestra mente genera un patrón para dicha situación, uno que tenga la mayor probabilidad de acertar. Se asumen cosas como sexualidad, gustos, intereses, metas... Por muy abiertos de mente que seamos, estamos programados desde pequeños para identificar el humano medio como "hombre/mujer heterosexual que quiere avanzar laboralmente/tener hijos y que se interesa por el deporte/estar guapa". Según la experiencia de cada uno, estos tópicos cambiarán más o menos, pero se cimentan en la misma premisa: todos somos heterosexuales hasta que lo negamos, todos somos del género que se nos asignó hasta que lo negamos, todos aspiramos a cumplir los roles de género a rajatabla hasta que lo negamos... somos individuos en potencia, pero no en acto.
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Hasta que no conoces a alguien, el molde se basa en crear modelos. ¿Familiar? |
¿A qué viene todo esto?, estaréis pensando. Pues viene a que mi buena amiga Sol (@_missmovin0n) nos preguntó qué nos parecía a las chicas trans el eslogan "Polla violadora, a la licuadora", muy en boga últimamente en manifestaciones y concentraciones feministas. Esta y otras muchas consignas y frases hechas, habituales en el lenguaje popular, presentan una problemática subyacente, más allá de la intención inicial.
A fin de cuentas, a nivel literal, esta frase no presenta ningún problema, más allá del que cada cual quiera poner a la respuesta violenta. Es pura ley del Talión, ojo por ojo, intercambio equivalente. Tú me violas, yo te impido volver a hacerlo. No sólo obtengo retribución, sino que, además, evito que otras personas sufran violaciones a tus manos. Guay, ¿verdad? Pues no tanto. Esa frase no dice "tú me violas", sino "tu polla me viola". ¿Desde cuando los genitales se separan del cuerpo y cobran vida, asaltando a otras personas?
De la misma forma que cuando un asaltante utiliza una navaja no culpas a la navaja (¿por qué ibas a hacerlo?), una polla no tiene mayor importancia en una violación que las manos, los pies o las orejas del agresor. Al fin y al cabo, no deja de ser una parte más de su cuerpo y se utiliza de la misma manera que esas otras. ¿Qué está ocurriendo, entonces? Pues ocurre que la frase no es literal. La "polla" no hace referencia explícita al genital externo, si no que se identifica, utilizando los recursos propios del lenguaje, con la persona a la que está pegada. Y, normativamente hablando, ¿con qué personas asociamos las pollas? Efectivamente, con hombres cis.
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Si has elegido la A, ya tienes las risas echadas. Ahora al meollo. |
Nos hemos criado en una sociedad y en una cultura que han invisibilizado a todas las personas no cishetero durante siglos. Las personas arcoiris nunca hemos tenido un referente cultural, y si lo teníamos, estaba enormemente estigmatizado y sólo existía para meternos miedo y coartarnos. Muchos recordaréis a los personajes públicamente homosexuales o trans de finales de los 90, principios del 2000, que bien podían ser parte de la propaganda unificadora del sistema. Estereotipos, burlas hirientes, existencias condenadas... No es ninguna sorpresa que, envueltos en un mundo semejante, asumamos como "normal" lo que desde él se nos dice que seamos. Al fin y al cabo, ¿por qué iba alguien a querer ser diferente?
Esta visión no solo es simplista y normativa, sino que, además, lleva de pleno a conclusiones falaces y peligrosas: "toda la gente con polla es hombre", "solo violan las personas con polla" y "tener polla te convierte en un violador/agresor en potencia", entre otras. Caemos, en el error de olvidar que existen hombres sin polla, que existen mujeres con polla y que, más allá de la apariencia y la función de nuestros genitales, lo que crea violadores es la cultura de la violación y la socialización patriarcal destinada al hombre.
Sin entrar ahora en el debate de "¿las mujeres trans se socializan hombres?" (pista: NO), y hablando por mí, nunca en nombre de ningún colectivo ni ideología, he de recomendar la búsqueda de un nuevo eslogan. Si bien es cierto que existen situaciones en las que no me molestaría su uso (son pocas y de índole privada e íntima), por lo general siento que esparce prejuicios e ideas equivocadas al público. Todas sabemos lo importante que es el lenguaje para dar forma a la realidad y que una representación parcial o sesgada en él genera ideas erróneas, derivando en confusión, discriminación y estereotipación.
Además, convenientemente, siempre se olvida que los hombres trans son hombres y tienen privilegio masculino, lo que lleva a muchos a flirtear peligrosamente en el límite entre el consentimiento y la agresión sexual, de la misma manera que haría cualquier cis. No es ninguna sorpresa, ya que la cultura de la violación y el patriarcado les da esas herramientas a cualquier hombre y, tarde o temprano, acaban por probar.
En conclusión, pese a que la sonoridad y la simplicidad aparente del mensaje lo conviertan en un lema socorrido, me veo en la necesidad de señalarlo como problemático desde una perspectiva trans y, por tanto, a recomendar su sustitución por algún otro que refleje la voluntad de defensa feminista sin poner a las mujeres trans en el punto de mira.
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